El pasado 19 de agosto participé de la segunda marcha planteada para defender la salud - la segunda de mi vida.
El horario trazado para el encuentro no fue el más conveniente para mí: las 13 hs.
La salida del colegio de mis hijos (12:15 hs), me obligó a conjugar los verbos cocinar, comer y partir, para evitar inconvenientes.
Las opciones eran quedarme o sumarme, como un humilde granito de arena, al pedido más noble que podemos pretender: salud y dignidad para nuestros abuelos, para todos.
Poseo una obra social que me permite elegir asistencia médica en la ciudad de Rosario y resignarme al exilio sanitario.
La resignación ha golpeado varias veces a mi puerta, y en más de una oportunidad le abrí, pero no estaba dispuesta hacerlo otra vez, no en este caso.
Me las arreglé para llegar, lo hice un poco más tarde, pero el retraso fue insignificante a la hora de marchar. Mezclada entre la gente, me ofrecieron un cartel. Lo tomé y, a paso firme, avancé.
Debo confesar que me sentí tímida, incluso no pude cantar ninguno de los canticos propuestos (“se va acabar, se va acabar, esa costumbre de matar”; “no escuchó el PAMI no escuchó, el PAMI no escuchó, el PAMI no escuchó…; “ole oleee, ole olaaa si a los abuelos quieren tocar adonde vayan los iremos a buscar…”; “yo sabia, yo sabia que la salud era pura mercancía”).
Sostuve ese cartel con la certeza de que la participación es el único camino para el cambio.
Las incapacidades a la hora de resolver los problemas, nacidos de la incompetencia o corrupción, obligan a los ciudadanos a vivir en la calle: reclamando.
Unas cuantas marchas pueden ser la diferencia entre seguir igual o mejorar, entre la justicia o la impunidad.
El ser humano es un bicho raro, no le cuesta reunirse en las calles para festejar un campeonato -como si ello modificara su vida- puede cacerolear hasta sacar callos por dinero; ponerse el cinturón para no pagar una multa; colocarse el casco para cargar combustible; disminuir la velocidad por un radar; circular con palas mecánicas por retenciones a la soja; ser Intendente de una ciudad, darle consejo a un Presidente de la Nación en cuestiones fuera de su competencia y callarse en los problemas locales; ser concejal y no escuchar; coincidir en un reclamo importante y quedarse en casa.
La historia reciente nos enseña que los políticos reaccionan cuando tienen gente en la calle, esa circunstancia los obliga a recordar que además del verbo “cobrar” existen otros: oír, responder, “hacer”.
A nosotros nos toca, entonces, conjugar los verbos salir y reclamar para que otros, como disfrutar y vivir, no sean el privilegio de unos pocos. En ese entendimiento me sumo.
El horario trazado para el encuentro no fue el más conveniente para mí: las 13 hs.
La salida del colegio de mis hijos (12:15 hs), me obligó a conjugar los verbos cocinar, comer y partir, para evitar inconvenientes.
Las opciones eran quedarme o sumarme, como un humilde granito de arena, al pedido más noble que podemos pretender: salud y dignidad para nuestros abuelos, para todos.
Poseo una obra social que me permite elegir asistencia médica en la ciudad de Rosario y resignarme al exilio sanitario.
La resignación ha golpeado varias veces a mi puerta, y en más de una oportunidad le abrí, pero no estaba dispuesta hacerlo otra vez, no en este caso.
Me las arreglé para llegar, lo hice un poco más tarde, pero el retraso fue insignificante a la hora de marchar. Mezclada entre la gente, me ofrecieron un cartel. Lo tomé y, a paso firme, avancé.
Debo confesar que me sentí tímida, incluso no pude cantar ninguno de los canticos propuestos (“se va acabar, se va acabar, esa costumbre de matar”; “no escuchó el PAMI no escuchó, el PAMI no escuchó, el PAMI no escuchó…; “ole oleee, ole olaaa si a los abuelos quieren tocar adonde vayan los iremos a buscar…”; “yo sabia, yo sabia que la salud era pura mercancía”).
Sostuve ese cartel con la certeza de que la participación es el único camino para el cambio.
Las incapacidades a la hora de resolver los problemas, nacidos de la incompetencia o corrupción, obligan a los ciudadanos a vivir en la calle: reclamando.
Unas cuantas marchas pueden ser la diferencia entre seguir igual o mejorar, entre la justicia o la impunidad.
El ser humano es un bicho raro, no le cuesta reunirse en las calles para festejar un campeonato -como si ello modificara su vida- puede cacerolear hasta sacar callos por dinero; ponerse el cinturón para no pagar una multa; colocarse el casco para cargar combustible; disminuir la velocidad por un radar; circular con palas mecánicas por retenciones a la soja; ser Intendente de una ciudad, darle consejo a un Presidente de la Nación en cuestiones fuera de su competencia y callarse en los problemas locales; ser concejal y no escuchar; coincidir en un reclamo importante y quedarse en casa.
La historia reciente nos enseña que los políticos reaccionan cuando tienen gente en la calle, esa circunstancia los obliga a recordar que además del verbo “cobrar” existen otros: oír, responder, “hacer”.
A nosotros nos toca, entonces, conjugar los verbos salir y reclamar para que otros, como disfrutar y vivir, no sean el privilegio de unos pocos. En ese entendimiento me sumo.
* Fabiana Marcela Alvarez, Abogada - Escribana - Mediadora de la ciudad de San Lorenzo